Hace menos de un año, Makoto y yo tomamos la decisión de partir hacia un ambiente más favorable para nosotros y nuestros gatitos. Las 53,721 razones de esa decisión, sin embargo, son tema para otra entrada. Lo destacable aquí, es que además de planear nuestra huida, tuvimos que lidiar con diferentes imprevistos que parecían amontonarse para impedir la realización de nuestro objetivo. El más importante de ellos, fue la crisis de salud de Tango, el más pequeño de la familia.
Sin entrar en demasiados detalles, quiero simplemente dejar plasmado que esta crisis significó un gran aprendizaje. Nos obligó a encontrar mejores maneras de tomar decisiones en conjunto, ante eventos fortuitos y devastadores. Por momentos, y ante la inexperiencia de los veterinarios, tuvimos que hacernos a la idea de que lo mejor para él sería la eutanasia.
Maldecimos todo, lloramos largo y tendido, pasamos noches en vela y sobre todo, reiteramos nuestra decisión a dar el salto fuera de aquí, por el bien de Luna y Sei, nuestras otras hijas gatunas.
Nos sirvió incluso imaginar, que Tango era un gato tan arraigado a este departamento (ya que a diferencia de sus hermanas, él no ha atravesado una mudanza), que su deterioro era consecuencia directa de nuestra decisión de partir. Una superstición burda, ante el sinsentido de las circunstancias.
Gracias al querido Pancho (el gato más longevo que hemos conocido, y que acompañó a la familia de Makoto desde su infancia), sabemos que los gatos pueden generar un apego extremo a su hogar. Arraigarse y prevalecer contra todo pronóstico y contra el tiempo. Así que la superstición no está del todo sin fundamentos.
Durante la hospitalización de Tango y los diferentes momentos clave en la toma de decisiones, pensé en escribir aquí, desde el dolor y la desesperanza. Sin duda, me resulta mejor hacerlo ahora, con la cabeza fría y el corazón tranquilo. Pero algo que también vale la pena mencionar, es que fue en esos ires y venires del hospital veterinario, que descubrimos un oportuno oasis. El último bastión de tranquilidad en esta, nuestra ciudad que se hunde, literal y figurativamente. Curiosamente, se encuentra cerca del punto de partida hacia nuestro próximo hogar.
Finalmente, Tango demostró que el largo tiempo que le ha tomado integrarse a esta familia y perder su miedo a los humanos, valió la pena. Salió airoso de la crisis, y demuestra ahora, más que nunca, un extremo cariño y apego para con nosotros. Nos sabe sus padres, y estamos seguros de que nos acompañará gustoso a donde vayamos. Seguirá soltando cabezazos al aire, demandando nuestras caricias, por el tiempo que su pequeño cuerpo lo permita.