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Sueño de año nuevo

Hace ya mucho tiempo que no recuerdo mis sueños con frecuencia. Con el paso de los años, he prestado menos atención a lo que sucede ahí, en esos mundos alternos que se crean al soñar y se destruyen al despertar. Pero ocasionalmente, se atraviesa algún episodio interesante o persistente, que por una u otra razón deja una vívida impresión en mi memoria. El 31 de diciembre de 2017 me topé con uno de estos mundos.

Ya había amanecido, pero decidí tomarme con calma el último día del año: dormir otro par de horas parecía una buena idea. Pero según Makoto, me perdí por completo, y no reaccioné sino hasta pasadas las 9am. Durante esas horas, habité por momentos el cuerpo de alguien más. No recuerdo si era un hombre ó una mujer, pero era alguien ligeramente más joven que yo.

Primero, transitaba unas calles difíciles, llenas de edificios viejos y vecindades descuidadas. Llenas de gente con actitud malandra y desfachatada, muy similar al Centro, Lagunilla ó Tepito, aunque con edificios más altos. Alguien había robado algún aparato a un pobre tipo, y éste reñía con el raterillo quien prefirió arruinar el objeto antes de devolverlo.  Yo me seguía de largo, evitando a toda costa verme involucrado en cualquier cosa que pudiera retrasarme. Y es que llevaba muchísima prisa, una gran culpa me mantenía apresurado. Sabía que habían pasado incontables días desde la última vez que había tocado base en mi “departamento”, y que alguien hambriento me esperaba ahí.

Entraba por el umbral de un edificio de más de diez pisos de altura, igual de destartalado que el resto. En la planta baja, a manera de recepción, una señora malencarada custodiaba un mostrador y varios casilleros, probablemente buzones de correo. Yo temía haber olvidado pagar lo suficiente, ya que aparentemente el alquiler se cobraba por día, pero la señora me tranquilizaba. Todo el mes estaba cubierto, y después de todo ella era más amable de lo que esperaba. Por alguna razón y a pesar de estar todo “en regla”, la señora custodiaba también las llaves. Así que después de darme la mía, me apresuraba a subir las escaleras.

Cada piso era exageradamente alto, lo cual hacía que el trayecto a la azotea pareciera interminable. La subida incluía un tramo enrejado en el que de hecho tenía que trepar el barandal y escalar la reja diagonalmente para seguir ascendiendo. Ahí colgado, lleno de culpa y preocupación, me preguntaba porque no había pedido también la llave de la reja a la señora, pero ya había llegado demasiado lejos como para regresarme.

Me las arreglé para finalmente llegar a la azotea y abrir la puerta de metal de mi espacio designado que era poco más que un vil cuarto. Oscuro y húmero, buscaba inmediatamente a ese “alguien” que me había estado esperando. Se trataba de un pequeño gato, delgado y grisáceo. Yacía recostado en medio del cuarto, cerca de un pequeño balde con agua que ya estaba ladeado, aunque no del todo vacío. El pobre parecía no poder levantarse, pero sin embargo lo intentaba, y por lo menos alzaba su cuello para voltear a verme a la vez que emitía un maullido suave que apenas se escuchaba. Pude ver como su cara estaba marcada y un poco enrojecida por el áspero material del suelo, similar al impermeabilizante. Me dolía verlo así, pero me brotaban lágrimas de felicidad al darme cuenta de que aún no era demasiado tarde.

Me dispuse a abrazar al gato, y ahí terminó el sueño.

Le conté de esto a Makoto, quien bromeó y me dijo que la causa era mi culpa por no prestar suficiente atención a nuestros gatitos, ó incluso a ella. Ya hablando en serio, la sensación que me dejó, es que el gato se trataba de mi mismo. Pero al mismo tiempo, se sintió como algo más. En cualquier caso, por varias horas me sentí abrumado por la desolación de ese pequeño. Como si alguien en algún lugar de verdad se estuviera muriendo, y que independientemente de cualquier sentimiento de culpa, no había nada por hacer que estuviera en mis manos.

Más tarde, camino a la panadería para comprar una baguette para la cena de año nuevo que prepararía, nos topamos con un pequeño gato grisáceo muy platicador. De esa comunidad de ferales en la segunda sección de Tlatelolco, que tanto comen gracias a una que otra buena persona que se encarga de ellos. El pequeño se acercó a mi en cuanto le llamé, y recibió mis caricias. Nos estuvo rondando un rato, casi parecía que nos seguiría, pero afortunadamente no fue así. Me costó mucho trabajo decirle adiós.


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